Cuando aterrizamos en Senegal enseguida
se nos presenta muy amigable, nos ayudan para hacer el visado y facilitarnos la
entrada al África negra. La cosa se complica algo más cuando al
ayudarnos a buscar y regatear un taxi nuestro “amigo” intenta cobrarse el favor con las gafas de Mary que por poco
acaban en sus manos. El taxista hace esfuerzos por entender donde queremos ir, cosa
difícil puesto que ni nosotras lo sabemos. Nosotras solo decíamos que queríamos
ir a un “petit hotel” y el pobre chico no sabía cual era “ese” exactamente.
Pero conseguimos llegar un buen hotel desde donde comenzar nuestra inmersión en
Dakar.
La primera impresión es de impacto.. ovejas por las calles, conductores
que desconocen la existencia de los carriles (hasta ahora desconocíamos que en
una rotonda se pudieran improvisar hasta seis carriles), vendedores ambulantes
que ofertan desde revistas, manteles, antenas parabólicas hasta en las
carreteras y playas privadas que cierran al atardecer.
La isla de Gorée es un oasis frente a
Dakar. La tranquilidad recorre sus calles de arena de playa y sus lugareños te
saludan al pasar. Su ambiente no hace suponer su oscuro pasado como mercado de
esclavos. Allí se puede visitar la casa de los esclavos (Maison des Esclaves)
que es un museo en memoria del tráfico de personas negras durante s. XVI al s.
XIX.
A penas se tarda una hora en recorrer la
isla. Abundan las galerías de arte y las evidencias de la creatividad
senegalesa. No hay vehículos de motor e incluso el camión de la basura no es
más que un carro tirado por un burro.
El mejor momento del día es cuando cae la
noche, los turistas se marchan y los vendedores terminan su actividad, que en
ocasiones resulta agobiante, es entonces cuando Gorée es auténtico.
Aprovechamos para probar la comida típica de Senegal con platos como poulet
Yassa, tieboudien ans maffé que tienen como base la cebolla y el cacahuete.
De vuelta a Dakar, en el puerto
descubrimos un tumulto; parece algo de comer con buena pinta y sin apenas
preguntar nos lanzamos a comprar tres bocadillos enormes rellenos de carne,
patatas fritas, cebolla y huevo por menos de 3 euros. Siguiendo los consejos de un español
residente en Senegal, y sin saber muy bien lo que nos vamos a encontrar, nos dirigimos
a Gare Route Pomper para coger el Sept places” (taxi compartido o bla bla car
senegalés) que nos lleve fuera de esta locura de ciudad. Nuestra cara debió ser
un poema al llegar a un descampado llenos de coches destartalados, vendedores y
caos por doquier.
El taxita nos decía que nos bajasemos,
pero no dabamos crédito y pareciamos atadas al asiento. Una vez allí no había
alternativa, así que nos lanzamos al agobiante mundo del regateo y salió bien;
rápidamente conseguimos coche, una ranchera sin velocímetro con el maletero
hasta los topes en la que nos encontramos sentadas en la parte trasera con
otros cinco más, que nos llevaba una vez más a los desconocido.
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