Ya estábamos en camino, dirección a
la famosa ciudad de la que todo el mundo habla maravillas. Con muchas ganas,
somos las primeras en subir al autobús que tardará 21 horas en llevarnos,
¿tenemos todo?, ¿lista la comida para comer, cenar y desayunar en marcha? Ah
no, el tupper de fruta se ha quedado en la nevera… uff, está muy lejos, que se
le va a hacer… ay y el yogurt también estaba ahí.. bueno, pues que pena… ay! Mi
batido dice Andy.. que mira el reloj, se cruza una mirada con Mary y sin pensar
demasiado deciden que los 10 minutos restantes para la salida del bus son
suficientes para subir la enorme cuesta y volver… como nos gusta el riesgo!
Sorprendentemente les sobraron 5 minutos y el desayuno supo a gloria.
Tras una noche de subir y bajar del
autobús para pasar fronteras, llegamos a la aún desconocida Ciudad del Cabo,
era una ciudad de verdad y la más grande que habíamos pisado. No estábamos
preparadas para ello, sin mapa ni mucha idea de donde quedaba el alojamiento, hicimos
una primera incursión en la ciudad, dando vueltas con nuestras mochilas con
muchas ganas de llegar. Al fin nos instalamos en la que sería nuestra nueva
casa por algo más del tiempo estimado, situada en pleno centro en la Long
Street, con nuestra propia terraza con vistas privilegiadas y conexión directa
a la vida en continuo movimiento.
Se
puede describir esta ciudad con una sola palabra, viva. Arropada por la montaña
en un lado y el mar al otro es un hervidero de estilo y creatividad en el que
los cafés son coloridos, y cada negocio es más original que el anterior. La
multiculturalidad se respira en sus calles y comercios, todo ello con un aire
alternativo y una actitud abierta a todo lo que sea novedoso.
Por casualidad encontramos un “free walk
tour” que nos adentraría un poco más en la historia de la ciudad. Martin, el
guía, contaba de forma entretenida entre chistes y anécdotas la vida aquí.
Recorrimos los Company Gardens viendo cientos de ardillas (y ratas), el flower
market, donde conocimos la Protea, la flor autóctona, que únicamente (recalcado
varias veces) se encuentra en este país. Nos sentimos viviendo parte de la
historia al llegar a la plaza donde Mandela dio su primer discurso como hombre
libre, animando a la reconciliación, y convirtiéndose en un ejemplo mundial. A
media mañana nos detuvimos frente a dos bancos que custodiaban un edificio,
cada uno en un lado indicaban “White” y “No White”; se trataba de una sencilla
clasificación donde en este lugar se utilizaba una “desarrollada” técnica para
clasificar a las personas y darle su carnet de identidad. La definición dice
algo así como: “Se considerará persona de color a la que no tenga apariencia de
blanco.” Se combinaba con el “test del lápiz” que consistía en calificar el
grado de rizo del pelo, en base a si se quedaba sujeto o no en la cabeza, en
caso de quedarse, no eras blanco. Por muy cómico que parezca, esta situación se
daba hasta hace no mucho tiempo.
Uno de los días nos lo concedimos
como “tiempo libre”, dícese del uso y disfrute por unas horas de forma
individual. Andy se tomo el día para subir a la muralla natural que protege
Ciudad del Cabo, la Table Mountain; como era de esperar, eligió el camino más
complejo, trepando paredes rocosas y subiendo la verticalidad de esta montaña
con no poco esfuerzo, para llegar a la cima en 2 horas y media. Mereció la
pena.
Por primera vez en el viaje dedicamos
nuestro tiempo a vivir y sentir la ciudad, más que visitar y observar, y nos
hizo entrar en una especie de rutina (de la buena, no de la mala): Salir de
fiesta, ir a la playa en Clifton, ir de compras, comer en el parque, disfrutar
de conciertos, etc. A penas nada turístico excluyendo visita obligada al
Waterfront, Sea Point y el long market. Pero no podíamos marcharnos sin conocer
el Cabo de Buena Esperanza, que presuntamente es el punto más septentrional del
continente. El día de excursión lo pasamos entre pingüinos y acantilados con
vistas a los dos océanos, Atlántico por aquí, Índico por allá y disfrutamos de una
rica comida de auténtico fish & chips en un pueblo de pescadores, Hout Bay.
Ciudad del Cabo ha sido un punto de
inflexión en la aventura africana, que nos atrapó una semana más de lo estimado
con sus encantos, historia, ambiente, gentes y en definitiva, de todo lo que
por unos días nos abrió las puertas a formar parte de ella.
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